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En la búsqueda de un tesoro: el silencio interior

El silencio interior es un tesoro precioso en todas las enseñanzas, lograrlo es muy dificil ya que no nos han enseñado a hacerlo y arrastramos una tradición de ruido interior que oculta la realidad y no nos permite encontrarla. El que logra quedar en silencio cruza el umbral para empezar a recorrer uno de los caminos que lo conduce a Descubrirse a si mismo... y por tanto a econtrarse con Dios, tal como establece el Oráculo de Delfos.

Justo Antonio Lofeudo escribió sobre eso, desde el punto de vista de la religión catòlica:

EL SILENCIO

Todos vivimos sumergidos en el ruido y cuesta entrar en el silencio interior porque dentro sigue habiendo mucho ruido. Es necesario llegar a ese silencio en que Dios habla al corazón del hombre y obra en él. Aún cuando en el silencio la persona descubra su pobreza espiritual y le resulte angustiante esa experiencia, debe vencer la tentación de llenarse con ruido y aturdirse. Dicen los orientales que el hombre que quiera custodiar la propia alma debe hacerse guardián de su propia lengua, y esto no sólo se refiere a evitar pecar con la lengua murmurando y hablando mal de otros sino, sobretodo, sabiendo hacer silencio.

El silencio exterior restituye al cuerpo, a la mente y al espíritu la calma necesaria para recuperar el silencio interior. El silencio interior es el lugar donde encontramos a Dios y -con Dios y en Dios- a nuestro prójimo. Sólo en el silencio del corazón logramos ser vigilantes ante nosotros mismos, ante los demás y ante Dios. En el silencio el Espíritu obra y nos revela el verdadero sentido de las Escrituras. Porque el silencio es escucha y siendo escucha se hacePalabra, eco del Verbo. Debemos alcanzar ese silencio pleno, habitado por Dios, el silencio del abandono confiado en el que se permite que el Espíritu Santo obre en la intimidad cambiando la mentalidad, provocando la conversión del corazón.

Es en el silencio del corazón que se alcanza la contemplación adorante. Adorar es contemplar en el silencio a Aquel que es Inefable, ante Quien no caben ya palabras. Por eso, Isabel de la Trinidad había escrito que la adoración es una palabra del cielo más que de la tierra, que es un éxtasis de amor. La oración es obra del corazón, no de los labios. Es cuando Dios escucha y en el silencio habla y, en nuestro abandono, obra transformándonos desde nuestro mismo interior. La Santísima Virgen nos pide que le permitamos obrar al Espíritu Santo.

El silencio en sí mismo no basta si en nosotros no existe la voluntad de querer cambiar, de querer dejarnos forjar por el Espíritu. Porque hay silencios y silencios. El silencio que cultivaban los Padres del desierto era el silencio de la humildad, el de no hablar de sí mismos (¡qué difícil es encontrar este silencio en tiempos de tanto protagonismo!).

Era el silencio que le quitaba las palabras al egoísmo, a la soberbia, al amor propio. El silencio del amor, de quien no juzga a su prójimo, de quien no habla mal de los otros, el silencio de la fe que se confía en el Totalmente Otro y de quien se pone completamente en sus manos. Hay, en cambio, silencios que impiden la acción del Espíritu Santo. Son aquellos plenos de acusaciones y de juicios malévolos, de críticas y deautosuficiencia.

Según la experiencia de los Padres del desierto es necesario hablar con las obras y no con la lengua. Decía el abad Isaías: "no debe ser tu lengua la que hable sino tus obras, y que tus palabras sean más humildes que tus obras". Las obras son los frutos de conversión. Hay obras en la medida que hay conversión, y hay conversión en la medida de nuestra docilidad al Espíritu Santo, de nuestra entrega a Dios, en el silencio orante y adorante. Si alguien piensa que es difícil lograr ese silencio interior que no se preocupe ni desaliente porque a su voluntad de hacer silencio, para dejar entrar a Dios en su vida, la precede la misma gracia de Dios.

También debe saber que no está solo en su esfuerzo: a nuestro lado está la Madre deDios ayudándonos e intercediendo por cada uno de nosotros en este camino de conversión, de acercamiento al Señor, en éste que es el camino verdadero de la paz.

Por último, que nadie piense que este mensaje no le atañe porque nadie puede decir "yo estoy convertido". Todos tenemos necesidad de constante y continua conversión. A este respecto vale recordar lo que escribió ThomasMerton: "El gran problema es la salvación de aquellos que, siendo buenos, piensan que no tienen más necesidad de ser salvados e imaginan que su tarea es hacer a los demás tan buenos como lo son ellos."

¡Alabado sea Jesucristo!

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
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