Apoyo a los monjes de Birmania y a su movimiento para librar a un pueblo de la represión. Pienso que ellos teniendo claro en lema Libertad, Fraternidad e Igualdad, saben que es un deber evitar que el lado oscuro del comportamiento humano prevalezca, y lo que relata el siguiente artículo es una prueba de ello.
susana colucci
ABC.es
Miércoles, 14 de mayo de 2008
Buda contra los elementos
POR P. M. DÍEZ. BOGALAY (BIRMANIA).
Con un régimen militar que los ha machacado 46 años e impide la entrada de la ayuda humanitaria internacional para no perder el poder, ¿en quién pueden confiar los birmanos para hacer frente a los devastadores efectos del ciclón «Nargis»? La respuesta es rotunda: en los 400.000 monjes budistas que hay en el país.
Miércoles, 14 de mayo de 2008
Buda contra los elementos
POR P. M. DÍEZ. BOGALAY (BIRMANIA).
Con un régimen militar que los ha machacado 46 años e impide la entrada de la ayuda humanitaria internacional para no perder el poder, ¿en quién pueden confiar los birmanos para hacer frente a los devastadores efectos del ciclón «Nargis»? La respuesta es rotunda: en los 400.000 monjes budistas que hay en el país.
Ante la incompetencia o dejadez del Ejército, los «pongyi», los mismos que se levantaron contra el Gobierno en septiembre del año pasado durante la «Revuelta Azafrán», cobijan a los damnificados en sus monasterios.
Así ocurre en Bogalay, una de las ciudades más afectadas por el «Nargis» y en cuyos alrededores podrían haber perecido 80.000 personas. Dicho monasterio está dirigido por el abad Sitagu Nyarneinthara, uno de los líderes más respetados del budismo birmano y a quien la Junta militar no se atreve a tocar.
Debido a su prestigio, más de 600 personas han buscado su amparo en dicho centro religioso, que atiende a una decena de pacientes en su clínica y reparte agua y alimentos en las zonas colindantes sin recurrir, como es obligatorio, a los militares.
«El Gobierno no se preocupa de recoger a los muertos ni de atender a los vivos», se queja a ABC Sitagu Nyarneinthara mientras se interesa por la salud de un anciano al que un médico le toma la tensión.
En el dispensario también está ingresada Ni Larwin, una joven de 20 años de Kunthichaung que salvó su vida y la del hijo que lleva en su vientre. Al igual que ella, Ohmma San, embarazada de ocho meses y natural de la aldea de Yaw Thit, podrá dar a luz porque su marido la ató a su cuerpo para que no se la llevara el ciclón. «Tres de mis familiares han muerto, pero mi pequeño vivirá», se contenta la muchacha animando a su paisano U Khi Win, quien a sus 57 años ha perdido a tres de los ocho miembros de su familia.
Todos ellos confían en que llegue pronto la ayuda internacional, pero no saben que la corrupta Junta militar requisa los pocos envíos que permite entrar en el país para desviarlos después al Ejército y sustituirlos por otros de peor calidad, que son los que recibirán las víctimas del ciclón.
Con el fin de silenciar tanto este expolio como la dramática situación, el Gobierno ha sellado las áreas más afectadas, para que no entren ni cooperantes ni periodistas extranjeros. Mientras tanto, Buda y sus monjes siguen luchando contra los elementos para salvar a los más débiles