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Sobre el poder de las palabras

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Pocos son los conceptos básicos que si los manejáramos con propiedad podrían hacer que el mundo cambiara, uno de ellos es el que establece las normas para usar el poder de las palabras. Comparto contigo un artículo que me llegó por Internet (Gracias María Cristina) que me pareció simpático y claro. Ilustra el concepto, ojala todos lo comprendiéramos y aplicáramos a nuestras vidas con perseverancia, podríamos dar un paso adelante hacia una vida mejor.


susana colucci

"Las grandes palabras se utilizan con bajos fines, las pequeñas palabras se utilizan con fines elevados. Las grandes palabras son de uso corriente, las pequeñas palabras tienen una utilización estratégica" (Lao Tse)

En el Génesis se cuenta cómo al ver Yahvéh la Torre de Babel, que los humanos habían construido para que su cúspide llegara hasta el cielo, se dijo: "Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo" (Génesis, 11, 6-7).

La tradición popular atribuye a este relato bíblico el origen de las diversas lenguas. Pero su alegoría resume magistralmente la naturaleza múltiple de la palabra. Por medio de ella, somos capaces de crear o destruir, embelesar o envenenar, herir o curar. Con las palabras ocultamos nuestros pensamientos vergonzantes o expresamos nuestras emociones más sublimes.

Las palabras son las mallas de la red en la que quedan atrapados nuestros recuerdos individuales y nuestra historia colectiva. Constituyen los ladrillos con los que se han construido las grandes obras de la literatura universal, que nos han hecho llorar y reír, apasionarnos y soñar, por hacerse eco de la misma vida con sus gozos y sus sombras, sus miserias y toda su grandeza. Como afirmó Lao Tse hace más de 2.500 años, las grandes verdades se expresan con palabras sencillas y las grandes palabras generalizan la mentira. Detrás de las palabras se esconden la intención o el vacío, los tópicos más frívolos o las más elevadas comprensiones.

Un ruido que no cesa

Hoy día las palabras nos invaden. Las pronunciadas y las escritas, las dichas y las que, apenas sugeridas, quedan flotando en el aire. Nuestro ruido mental es sobreestimulado y sale de nuevo afuera para engrosar el universo de estereotipos con los que nos defendemos. Se establece de este modo un terreno común de acuerdo, para proteger el territorio mucho más comprometido de una auténtica comunicación: una unión común con el otro.

Los profesionales de algunas disciplinas científicas oscurecen a veces deliberadamente su lenguaje. El mensaje subyacente es doble. Para los legos en la materia: "Coto privado, prohibido inmiscuirse". Para los colegas: "Lo expuesto es nuevo y meritorio: su ininteligibilidad es la prueba".

La radio y la televisión no cesan de emitir día y noche palabras en forma de anuncios, noticieros, discursos y teleseries. Muchas tertulias de los medios de comunicación parecen rendir culto a la Gran Ceremonia de la Vacuidad. Tal vez su vértigo sólo oculte un único mensaje: "No tengáis miedo a la soledad ni a la muerte; las palabras nos harán olvidar el inexorable paso del tiempo". Es entonces cuando el silencio se convierte en un bien tan preciado como el agua pura de manantial o el aire no contaminado y cuando, cual bocanada de aire fresco, nos llega la frase escrita en la puerta de algunos monasterios: "¿Por qué romper el silencio si no es para mejorarlo?".

Las realidades fabricadas

Los medios de comunicación sirven de filtros protectores contra el dolor ajeno. Las tragedias y los sufrimientos de los demás nos llegan en blanco y negro, como esquelas amortiguadas por el tiempo. O en tecnicolor entre película y película de Holliwood. Apenas intentamos empezar a digerir una noticia, otra viene a borrarla ocupando de nuevo el espacio de los sentidos y del corazón. Lo que sucede muere irremediablemente ante nuestra impotencia para cambiar su curso. Las reseñas de lo acontecido reviven mediante palabras lo que fue y ya no es. A medida que se ensancha nuestra conciencia con la recepción de datos, nuestra energía queda aprisionada por los límites de la geografía y de la política. Ésta invade el silencio con la pretensión de ocupar un lugar cada vez mayor en el vasto entramado de lo real.

Enmascarar las palabras es una técnica que ha llegado a una extrema sofisticación en el ámbito político. Tal vez, porque uno de los objetivos principales de partidos y Gobiernos sea conseguir convencer al máximo de votantes mediante la persuasión. Lejos queda ésta del concepto que de ella tenía Platón como la capacidad para "conducir el alma por la vía de la verdad". Las promesas vagas se convierten en eslóganes; la apelación a los sentimientos primarios se refuerza con tópicos; los datos se combinan o se sacan de contexto, convirtiéndose en titulares noticiables. En esta especie de mercadillo, el mejor "voceador" obtiene la mayor clientela. Al final, ¡la última palabra la tienen las palabras portadoras de mensajes eficaces!

Los comunicados diplomáticos miden milimétricamente cada verbo y cada adjetivo; los adverbios o su ausencia están cargados de matices. No es lo mismo que un Gobierno "siga con interés", (toma nota de) los asuntos de otro país, que esté "altamente preocupado" (desearía una pronta solución); es muy distinto que "exprese su más enérgico rechazo" (toma de posición que puede no conllevar ninguna acción) o que haga saber que "podría no permanecer pasivo" (amenaza velada, por ejemplo, de un bloqueo comercial o de cualquier otra medida de presión).

Existen multitud de "fórmulas mágicas" que tienen un rotundo impacto. Por ejemplo, el Departamento de Estado norteamericano lanzó en 1990 "dudas razonables" sobre las causas del agrandamiento del agujero de ozono. Con éstas dos sencillas palabras lograba retrasar la adopción de medidas para limitar la contaminación atmosférica producida en parte por la industria automovilística.

Los comunicados gubernamentales suelen minimizar los malos resultados y magnificar los logros. Basta con dar la vuelta a una frase. Así, el comunicado oficial "el índice de desempleo ha descendido respecto al mismo mes del año anterior" puede ocultar un aumento real de decenas de miles de personas en paro. Pero tal vez, una de las técnicas más utilizadas por todos los Gobiernos del mundo sea el eufemismo, que "suaviza" la realidad: detrás de una limpieza de calles policial puede esconderse un número indeterminado de detenciones ilegales o una brutal redada; cuando un Ejército se felicita por haber alcanzado su objetivo puede que quiera decir que bombardeó un campo de refugiados, y si ha obtenido el control de la zona tal vez esté omitiendo informar que se han desplazado a miles de campesinos o que se ha arrasado una ciudad entera. A quien ande desprevenido sólo le quedará una leve sensación de que el orden ha sido restablecido.
La "personalidad" de los vocablos

Cada palabra puede tener múltiples connotaciones según dónde y quién la emplee. A fin y al cabo sólo son representaciones simbólicas de objetos, sentimientos o conceptos abstractos. El color y el olor se lo ponen los prejuicios, la información previa y la experiencia personal. Cada cerebro individual es un traductor simultáneo, más o menos fiel, de lo que oyen los oídos o lee la vista (o el tacto en el sistema Braille). La simple palabra "casa" sugiere imágenes muy distintas a un esquimal que viva en un iglú, a un beduino que desmonte su tienda al ritmo de las estaciones, a un campesino mexicano de un pueblo colonial o a cualquier urbanita occidental que viva en un apartamento de bloques periféricos.

A pesar de los diccionarios y de las Academias de la Lengua, las palabras, como los virus mutantes, se transforman cada día, aparecen y desaparecen, se mezclan y cambian de significado. En algunos países como Argentina, México o Uruguay, verbos tan usuales como coger no pueden utilizarse sin una carga sexual; cualquier español deberá sustituirlo allí, por "sujetar" "tomar" o "agarrar", so pena de verse sometido a bromas como la que me hizo un amigo uruguayo en Montevideo: al decirle que había tenido que "coger" dos autobuses para ir a verle, respondió con tono de guasa: "¡Qué bárbaro, vos "cogés" cualquier cosa!

Una fiesta "padrísima" en México significa que es genial, divertida, que vale la pena. Una situación "madre" es, por el contrario, una situación difícil y no deseable. Así pues, las palabras no sólo tienen género, sino sexo e incluso connotaciones machistas, según las culturas.

El lenguaje "políticamente correcto", a pesar de sus exageraciones, ha encendido el debate sobre la revisión de todo término con connotaciones degradantes para las personas. Algunos de sus aciertos se van imponiendo paulatinamente, como decir drogodependientes -que denota una enfermedad o una debilidad-, en lugar de drogadictos -que se asocia con perversión o delincuencia-; igualmente se ha sustituido la palabra subnormal -calificativo peyorativo para designar a quien está por debajo de la norma-, por discapacitado -que denota simplemente una insuficiencia funcional o una carencia orgánica-.

Tal vez sea hora de eliminar de nuestro vocabulario las frases, aparentemente inocentes, pero que puedan suponer menosprecio hacia otras culturas, pueblos o minorías. Imaginemos el asombro de cualquier extranjero si le contamos que un colega "ha hecho el indio" por asumir la defensa de sus compañeros de trabajo, ya que después de "trabajar como un negro" durante diez años, ha sido tomado por "cabeza de turco" y despedido. El jefe que "es un judío" le ha "engañado como un chino" y le ha "gitaneado la indemnización".

¡Traga tiérrame!

Las palabras, como las personas, tienen su sombra y su grandeza, sus intenciones dobles, que impactan como torpedos por debajo de la línea de flotación, y significados sublimes por encima del nivel de la intención. Los lapsus ligüísticos están llenos de significados. Los tres volúmenes de La psicopatología de la vida cotidiana de Sigmund Freud constituyen toda una enciclopedia pionera de los mismos. Hoy día el lenguaje corriente identifica ya los "lapsus freudianos" como esas asociaciones aparentemente absurdas, esos errores y olvidos significativos, que revelan el subconsciente de quienes los cometen: la verdadera realidad oculta más allá de lo gramaticalmente expresado.

Mi prima Angélica salpica su conversación con aparentes despropósitos, que al final tienen su dosis de sabiduría. Cuando se enamoró por enésima vez, creyéndose Julieta, llamaba siempre suspirando a su amante: "¡Ay, mi Romero!". Sólo se le escapaba cada vez una "r" de más, pero su voz inundaba a su Romeo con la fragancia del romeral que rodea la casa de campo en la que vive. A pesar de que en aquellos años no sabía que su "Romero" fracasaría posteriormente en todos sus negocios, siempre decía ufana cuando le presentaba a los amigos: "Tiene un gran porvenir detrás de él". Conociendo su buen corazón, las personas más cercanas solemos eliminar el adverbio "no", que se le escapa a veces, para descubrir sus auténticos sentimientos, lo mismo que hacía Freud a veces para interpretar el inconsciente de sus pacientes. Así, por ejemplo, cuando Angélica recibe invitados en su casa para comer y éstos llegan con adelanto, a veces se le escapa: "Estoy encantada de que no halláis llegado antes". Al final, en el pueblo la apodaron "!traga tiérrame!, pues nunca sabían cuando decía lo que realmente se le entendía o pensaba lo que literalmente decía.

En muchas ocasiones hasta las erratas de imprenta cobran su significado, como la encontrada en una Introducción a la programación neurolingüística, publicada en 1994, que explica que el nivel de aprendizaje espiritual es aquél en el que "consideramos y revisamos las grandes cuestiones matafísicas". Podemos preguntarnos si el traductor o el corrector de pruebas pensó que lo metafísico "mata" simplemente el nivel físico.

La palabra creadora

Se dice que más vale una imagen que mil palabras, pero una imagen capaz de transfigurar la realidad es capaz de ser evocada por un solo verso inmortal. La poesía tiene la virtud de arrancarnos del fondo del alma los sentimientos y experiencias más sublimes, hacerlas revivir y transformarnos . Pocos cómo el poeta peruano César Vallejo ha descrito con menos palabras el dolor profundo ante la muerte de un ser querido, que asocia a algo tan sencillo como el sentimiento de impotencia cuando se nos "quema el pan a la puerta del horno" o a los efectos devastadores de "cien caballos de Atila", en su poema que empieza: "Hay penas en el alma...!

Cuando la palabra surge del propio organismo, de la experiencia vivida o del silencio interior es capaz de mover montañas. Es de aquí de donde surgen las palabras que curan, que se transforman en bálsamo milagroso para quien sufre, por estar impregnadas de compasión compartida. Son las palabras de poder que crean realidades en armonía con la Gran Realidad. Tal vez porque pronunciar el verdadero nombre de las cosas signifique conocer su esencia íntima y poseerlas. Es así como Gedo, el protagonista de epopeya, "El mago de Terramar", podía hablar con los animales, porque conocía su verdadero nombre secreto.

Todas las antiguas Tradiciones, poseen sus palabras sagradas que contienen el origen y el fin del Universo, la esencia divina. En los Vedas, OM es el mantra por excelencia: la palabra de un enorme poder vibratorio, capaz de adentrarnos en el Misterio y fundirnos con el Todo. Tao es el "origen de cielo y tierra del que no se puede hablar" de la filosofía taoísta. El Evangelio de San Juan la Palabra misma es el alfa y omega, el principio y el fin: "En el principio la Palabra existía.... Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe... En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres". En estos niveles, es la gran revelación de la Palabra, que se encarna, fundiendo Espíritu y Materia, lo divino y lo humano.

Alfonso Colodrón
"Ser humano", año 2, nº 8, septiembre de 1996606
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