Los tubérculos son alimentos ricos en almidón, un carbohidrato altamente energético que digerimos gracias a una enzima de nuestra saliva llamada amilasa. Y según ha comprobado el antropólogo Nathaniel Dominy, de la Universidad de California, los seres humanos tenemos 15 copias del gen de la amilasa, frente a las 2 copias que poseen los chimpancés.
Esta sutil diferencia, que había pasado desapercibida hasta ahora, proporcionó un aporte calórico extra y una fuente de energía “cómoda” a nuestros antepasados, según publica el investigador en el último número de Nature Genetics.
El gran misterio para los paleoantropólogos, dice Dominy, es: “¿por qué nuestros ancestros se desviaron del patrón de los otros grandes simios y desarrollaron ese cerebro tan grande, que es energéticamente caro de mantener, y se hicieron bípedos?”.
El gran misterio para los paleoantropólogos, dice Dominy, es: “¿por qué nuestros ancestros se desviaron del patrón de los otros grandes simios y desarrollaron ese cerebro tan grande, que es energéticamente caro de mantener, y se hicieron bípedos?”.
Durante mucho tiempo se ha buscado la respuesta en el consumo de carne y nuestros hábitos cazadores. Pero Dominy está convencido de que la auténtica “mina de oro” de nuestra prehistoria fueron los tubérculos, cuyo consumo mejoró considerablemente cuando empezamos a cocinar con fuego.
Gracias a Elizabeth Genesca