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La vejez, ¿ahora una enfermedad?

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Con 60 años encima, Meryl Streep -reciente nominada al Oscar- es una de las actrices mejores pagas de Hollywood. Su cotización rivaliza con la de sex simbols como Angelina Jolie y Penélope Cruz. Sex simbols, sin duda, aunque nadie se atrevería a llamarlas jovencitas.

¿Cómo se explica este fenómeno en un mundo en que la juventud es el blanco de la idolatría de la mayor parte de la publicidad? ¿Y en un mercado, el de la pantallas, entrenado en la recontra probada fórmula de juventud más belleza?

Pareciera que ahora ya no se trata de ser joven, sino, sobre todo, de mantenerse bien. O muy bien, o mejor aún.

En nuestras por hoy tan secas Pampas desde hace unos años los avisos de publicidad de ropa interior femenina ya no los protagonizan lolitas libres de toda intención de celulitis en exclusividad sino señoras que han transitado los casamientos, los partos y los divorcios y que recorren con tersura -asistidas o no por el bisturí- el arduo itinerario de la cuarentena.

Catherine Fulop, Araceli González, Andrea Frigerio o Flavia Palmiero, bellas y grandecitas, son parte de una tendencia planetaria que mantiene, por ejemplo, a Madonna, con medio siglo a cuestas, como la máxima diosa del pop y a Mick Jagger, intacto en su práctica de agitar la pelvis ante multitudes rugientes a pesar de su condición de venerable sesentón.

Ocurre que en el mundo desarrollado y en los escasos segmentos pudientes del subdesarrollado, la duración de la vida se ha extendido, obvia y taxativamente. En Europa los mayores de 65 años hoy son el 17 % de la población pero se presume que alcanzarán al 30 % en el 2030. Y los que doblan el codo de las ocho décadas, que ahora representan al 4,4 % del total, llegarán al 12% para entonces.

Un biólogo me explica: "A la evolución, una vez cumplida la función reproductora con la especie, no le importa el individuo. Está programado para eso y punto. Y por eso en la vejez se empieza a desarreglar el organismo. Ya cumplió el objetivo para el que fue creado y la naturaleza lo considera descartable." El resto es un resto: haber prolongado la vida mucho más allá del papel de simple multiplicador resulta mérito del ingenio humano, es decir de la cultura.

Hace poco un artículo de la revista científica "Nature" afirmaba que se han descubierto cientos de mutaciones genéticas que logran prolongar la vida incluso hasta en un 40 %. Las pruebas se han hecho con éxito en bichos con los que guardamos algún parentesco como gusanos, moscas de la fruta y ratones.

Y más allá de la manipulación de los genes hay algo que ya se da como un hecho: en esos tan poco apreciados y tan bigotudos e inteligentes parientes mamíferos la restricción calórica -esto es, una alimentación reducida a lo mínimo e indispensable- ha operado milagros en laboratorio respecto de la duración de la existencia.

En "Nature" un investigador sostiene: "Hace dos décadas, la prolongación de la vida era una fantasía, mientras que ahora se buscan fármacos justamente para eso. No hay razón científica para no esforzarse por curar el envejecimiento, de modo similar a como lo hacemos hoy con el cáncer."

La idea roza la ciencia ficción: considerar a la vejez no como un período de la vida sino como mal tan abordable desde la medicina como cualquier otro.

Todo muy lindo y muy esperanzador, salvo por ciertas indeseables consecuencias. El físico Stephen Hawking lo ve así: "Una vez que aparezcan superhumanos de larga vida, habrá problemas políticos graves con los humanos 'no mejorados'. Se puede presumir que morirán o se convertirán en irrelevantes." ¿O se rebelarán contra los odiosos eternautas?

Recibido por Internet sin citar la fuente.

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