El domingo en la revista dominical de El Nacional, periódico venezolano, leí un artículo que me gustó y que comparto contigo. Aunque el autor escribe refiriéndose a la situación venezolana, pienso que podemos hacerlo extensivo al mundo entero y crear cada uno de nosotros nuestro metro cuadrado de la era de Acuario, donde priven los valores fundamentales de Fraternidad, Igualdad y Libertad, en conjunto con la esencia del ser de luz, el Amor. Funciona de forma exponencial, mientras mas metros cuadrados haya, mas se crearán.
Cambiemos al mundo cambiando nosotros.
Namaste
susana colucci
Cambiemos al mundo cambiando nosotros.
Namaste
susana colucci
Tu metro cuadrado
Sí: hay una epidemia entre nosotros, que ataca los espíritus y para la que no se ha encontrado cura todavía. Lleva poco más de diez años extendiéndose y ha sido contagiada a propósito, aunque no sólo por quien tendemos a señalar como el único culpable, puesto que todos hemos contribuido, de uno u otro modo, a mantenerla viva. Es una peste que oscurece la razón, que boicotea la felicidad y que saca lo peor de cada uno, aunque ha habido excepciones.
Sí: somos una sociedad enferma, que cree más en mitos fogosos e intoxicantes que en lo que tiene enfrente, y que recurre con preocupante frecuencia a la evasión una vez que se da cuenta de que anda en problemas. Una sociedad que ha sido inducida a ver demasiados enemigos; una sociedad que corre el peligro de dejar de ser una sociedad.
¿Cómo salvarse de la pandemia, cómo salvar a los tuyos, cómo salvar lo tuyo de la devastación? No puedo decir cómo mantenerse completamente a salvo, pues no lo sé. Ni puedo dar esperanzas acerca de que lo que más nos angustia va a desaparecer por obra de algún milagro. Pero sí creo que hay cosas que uno puede hacer para protegerse de esa epidemia.
Uno puede crear una zona de seguridad en torno a uno, un metro cuadrado donde no se practica la inmoralidad, donde no se cometen fraudes, donde no se participa de la aniquilación de las normas y donde se practica (y se exige) el respeto al otro y a uno mismo. Uno puede plantarse ante todo lo que está pasando y decidir que no se va a corromper, que no será sobornado ni con bienes materiales ni con mentiras aparentemente reconfortantes.
Uno puede erigirse como un metro cuadrado de honradez, de verdad, de inteligencia y de transparencia. Es un trabajo, por supuesto, requiere enfrentarse cada día a dilemas éticos, preguntarse qué es lo que uno debe hacer en cada situación; pero nadie que tenga consigo valores sólidos tendrá demasiados problemas para tomar determinadas decisiones, tanto grandes y difíciles como cotidianas, pequeñas, de todos los días.
Porque es una decisión respetar el semáforo, no colearse en una fila, no botar nada en la calle. Es una decisión no hacerse el loco si alguien se equivoca a favor de uno dando un vuelto, o recoger el dinero que se le cayó al peatón delante de ti y entregárselo. Uno puede siempre decidir si va a hacer bien su trabajo o va a ser uno de esos incompetentes de los que tanto nos quejamos, o si se va a robar insumos de la oficina. Uno puede decidir si quiere tener moral para poder quejarse de la corrupción que atraviesa la vida venezolana.
Que los demás lo hagan no es una excusa válida para reproducir el abuso. Reconozcamos que es un pretexto de muchachito tremendo. Y ya hay demasiados sinvergüenzas en este país para que uno se convierta en uno más con la justificación de defenderse.
Y no estoy diciendo que crear ese metro cuadrado libre de abyección sea fácil, o que podamos salvarnos de cometer errores. Ser una persona decente es mucho más que dar limosnas o que no decir groserías. Ser un ciudadano es mucho más que pagar los servicios públicos y no cometer delitos. Ser un habitante consciente y honrado de este país es bastante más que votar con la cabeza. Es trabajoso, exigente. Pero se puede hacer. Podemos crear en torno a cada uno de nosotros un metro cuadrado donde todavía la vida es humana.
La Vida Sigue
Tu metro cuadrado
Rafael Osío Cabrices
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Sí: hay una epidemia entre nosotros, que ataca los espíritus y para la que no se ha encontrado cura todavía. Lleva poco más de diez años extendiéndose y ha sido contagiada a propósito, aunque no sólo por quien tendemos a señalar como el único culpable, puesto que todos hemos contribuido, de uno u otro modo, a mantenerla viva. Es una peste que oscurece la razón, que boicotea la felicidad y que saca lo peor de cada uno, aunque ha habido excepciones.
Sí: somos una sociedad enferma, que cree más en mitos fogosos e intoxicantes que en lo que tiene enfrente, y que recurre con preocupante frecuencia a la evasión una vez que se da cuenta de que anda en problemas. Una sociedad que ha sido inducida a ver demasiados enemigos; una sociedad que corre el peligro de dejar de ser una sociedad.
¿Cómo salvarse de la pandemia, cómo salvar a los tuyos, cómo salvar lo tuyo de la devastación? No puedo decir cómo mantenerse completamente a salvo, pues no lo sé. Ni puedo dar esperanzas acerca de que lo que más nos angustia va a desaparecer por obra de algún milagro. Pero sí creo que hay cosas que uno puede hacer para protegerse de esa epidemia.
Uno puede crear una zona de seguridad en torno a uno, un metro cuadrado donde no se practica la inmoralidad, donde no se cometen fraudes, donde no se participa de la aniquilación de las normas y donde se practica (y se exige) el respeto al otro y a uno mismo. Uno puede plantarse ante todo lo que está pasando y decidir que no se va a corromper, que no será sobornado ni con bienes materiales ni con mentiras aparentemente reconfortantes.
Uno puede erigirse como un metro cuadrado de honradez, de verdad, de inteligencia y de transparencia. Es un trabajo, por supuesto, requiere enfrentarse cada día a dilemas éticos, preguntarse qué es lo que uno debe hacer en cada situación; pero nadie que tenga consigo valores sólidos tendrá demasiados problemas para tomar determinadas decisiones, tanto grandes y difíciles como cotidianas, pequeñas, de todos los días.
Porque es una decisión respetar el semáforo, no colearse en una fila, no botar nada en la calle. Es una decisión no hacerse el loco si alguien se equivoca a favor de uno dando un vuelto, o recoger el dinero que se le cayó al peatón delante de ti y entregárselo. Uno puede siempre decidir si va a hacer bien su trabajo o va a ser uno de esos incompetentes de los que tanto nos quejamos, o si se va a robar insumos de la oficina. Uno puede decidir si quiere tener moral para poder quejarse de la corrupción que atraviesa la vida venezolana.
Que los demás lo hagan no es una excusa válida para reproducir el abuso. Reconozcamos que es un pretexto de muchachito tremendo. Y ya hay demasiados sinvergüenzas en este país para que uno se convierta en uno más con la justificación de defenderse.
Y no estoy diciendo que crear ese metro cuadrado libre de abyección sea fácil, o que podamos salvarnos de cometer errores. Ser una persona decente es mucho más que dar limosnas o que no decir groserías. Ser un ciudadano es mucho más que pagar los servicios públicos y no cometer delitos. Ser un habitante consciente y honrado de este país es bastante más que votar con la cabeza. Es trabajoso, exigente. Pero se puede hacer. Podemos crear en torno a cada uno de nosotros un metro cuadrado donde todavía la vida es humana.
La Vida Sigue
Tu metro cuadrado
Rafael Osío Cabrices
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