Ponari era un niño como cualquier otro en Indonesia, hasta que fue alcanzado por un relámpago. Cuando se despertó, dice la gente, encontró una piedra gris en su cabeza, con poderes curativos mágicos.
Muy pronto, decenas de miles de personas estaban haciendo cola bajo el ardiente sol durante horas, a veces días. La gente llevaba tazas, bolsas plásticas o baldes con agua, esperando que el chamán de nueve años mojase la piedra para transformar el agua en una cura para todo.
El interés en Ponari refleja la vieja popularidad de los chamanes en Indonesia, donde el hinduismo, el budismo y las creencias animistas dominaban antes de que comerciantes del siglo XIV trajesen el islam. Pero también indica que algunas personas, están hastiadas del descuidado sistema de salud pública en esta nación de 235 millones de personas.
Pocas personas, si acaso, recuerdan una histeria similar de un curandero, mucho menos uno tan joven como Ponari. El niño está exhausto y apenas puede mantener la cabeza en alto mientras es llevado en la espalda por un hombre, al tiempo que otro sumerge sus manos en recipientes de agua.
Las colas de gente para verle se extienden kilómetros, y él ha generado más de 50.000 dólares para la economía de la empobrecida aldea de Balonsari. Cuesta 50 centavos ver a Ponari y mucha gente dona más dinero.
Tan deseosa está la gente de ver al niño chamán que cuatro personas murieron en una estampida en febrero para alcanzarle, obligando a la policía a suspender temporalmente su práctica. Reabrió posteriormente, pese a objeciones del padre del niño. Aldeanos golpearon al padre en el rostro luego que éste se quejase de que Ponari estaba siendo explotado y debería ir a la escuela y jugar con sus amigos.
La ministra de Salud Siti Fadillah Supari insiste en que el caso de Ponari no tiene nada que ver con el estado de salud pública en el país. "Se trata de gente desesperada en busca de milagros", dijo en un mensaje de texto. "En cuanto se den cuenta de que no van a recibir esos milagros, el fenómeno se acabará".
Muy pronto, decenas de miles de personas estaban haciendo cola bajo el ardiente sol durante horas, a veces días. La gente llevaba tazas, bolsas plásticas o baldes con agua, esperando que el chamán de nueve años mojase la piedra para transformar el agua en una cura para todo.
El interés en Ponari refleja la vieja popularidad de los chamanes en Indonesia, donde el hinduismo, el budismo y las creencias animistas dominaban antes de que comerciantes del siglo XIV trajesen el islam. Pero también indica que algunas personas, están hastiadas del descuidado sistema de salud pública en esta nación de 235 millones de personas.
Pocas personas, si acaso, recuerdan una histeria similar de un curandero, mucho menos uno tan joven como Ponari. El niño está exhausto y apenas puede mantener la cabeza en alto mientras es llevado en la espalda por un hombre, al tiempo que otro sumerge sus manos en recipientes de agua.
Las colas de gente para verle se extienden kilómetros, y él ha generado más de 50.000 dólares para la economía de la empobrecida aldea de Balonsari. Cuesta 50 centavos ver a Ponari y mucha gente dona más dinero.
Tan deseosa está la gente de ver al niño chamán que cuatro personas murieron en una estampida en febrero para alcanzarle, obligando a la policía a suspender temporalmente su práctica. Reabrió posteriormente, pese a objeciones del padre del niño. Aldeanos golpearon al padre en el rostro luego que éste se quejase de que Ponari estaba siendo explotado y debería ir a la escuela y jugar con sus amigos.
La ministra de Salud Siti Fadillah Supari insiste en que el caso de Ponari no tiene nada que ver con el estado de salud pública en el país. "Se trata de gente desesperada en busca de milagros", dijo en un mensaje de texto. "En cuanto se den cuenta de que no van a recibir esos milagros, el fenómeno se acabará".
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