Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de haber hablado mal de algunas personas.
El santo la absolvió, pero le puso una extraña penitencia. Le dijo que fuera a casa, tomara una gallina y volviera donde él desplumándola poco a poco a lo largo del camino.
Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: 'Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia aquí'. La mujer le mostró la imposibilidad: el viento las había dispersado.
Ahí es donde quería llegar San Felipe. 'Ya ves -le dijo- que es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento, igual que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una vez que han salido de la boca'.